25 de julio de 2011

MALDITA ROSA BLANCA

AUTORA: ANGIE CHAN

 “Quiero tener la fortaleza de ser capaz de dominar mis impulsos. Cada vez que lo intento, termino dándome cuenta de cuán impulsivo soy.

Parecen inútiles mis esfuerzos, quizá porque aún no lo he intentado en realidad, no he hecho más que dejarme llevar por las circunstancias, buscando aprovechar cada oportunidad de hacer algo que quiero, que me gusta, que me apasiona. Sin embargo, sé que no todo lo que hago es bueno, aunque sea lo que yo quiero.

¿Desde cuándo dejó de importarme lo que sienten los demás? No lo sé, pero sé que es verdad, mientras me sienta bien podré lidiar con los daños que causo. Fácilmente huyo de esas personas, consigo hacer una vez más lo que me gusta y olvidar el daño hecho.

En una ocasión, alguien me regaló una delicada flor blanca, no sé de qué tipo, sé que era preciosa y que ella la apreciaba mucho.  La dejé al borde de mi ventana y me fui a componer alegres melodías. Cuando regresé en la noche, había muerto de sed y el Sol la había secado.

Aquella noche solitaria los sonidos permanecieron en silencio, sólo era yo con mi conciencia, con esa detestada soledad y el vacío de mi mente.  Intentó perturbarme el recuerdo de la frescura de la flor de la ventana y el hecho de que yo hubiese descuidado tan preciado tesoro.

“Ella no me perdonará”… Retumbaba la verdad en mis tímpanos, estaba delirando.  Tomé mi guitarra y ensayé las melodías escritas durante el día, el silencio se rompió y la verdad dejó de fastidiarme.

Hoy la vi, tres días después.  Me preguntó por la flor que me había regalado, le dije que se había secado.  “¡Qué lástima! Quizá no aguantó mucho fuera del rosal. ¿Sabes? No importa, te regalaré otra para que adorne tu alcoba”.

Eso fue esta mañana, en la tarde pasé por su casa y me llevó a conocer su rosal.  Está radiante y bien cuidado, bello y rebosante de un hermoso verde.   Aunque no puedo decir lo mismo de ella, sus ojos parecían tristes, pero preferí no preguntarle nada.

El rosal tenía una rosa, la última. Me comentó que la estaba guardando para ponerla en su cómoda y poder admirarla todos los días.  La apreciaba más que la que me había regalado.  La cortó del rosal y la trasplantó a una maseta pequeña, luego me la entregó. “Es tuya” me dijo, “no olvides regarla todos los días”.

¡Maldita rosa! Estás frente a mí y no puedo obviarte.  Te puse sobre una mesita y eres visible desde toda la habitación.  Hoy los sonidos se fueron a descansar y la conciencia a la que temo me grita verdades.

Ojalá pudiera ser lo suficientemente fuerte para controlar mis impulsos. Creo que cuidar de ti me hará más fuerte, no puedo fingir que descuidarte la lastimara, y yo no quiero herirla. Por primera vez en mucho tiempo, pienso en alguien más y creo lo que hago tiene sentido.”

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